jueves, 3 de diciembre de 2015

La base de la fortuna

Ilustrado por Mati Les



























En ese breve y efímero acto, se iban miles de esfuerzos, cantidad de sacrificios, infinitos objetivos logrados. Me daba un poco de lástima, por un lado. Pero por el otro sabía que había llegado el momento oportuno.

Cuando escuché el estallido, me sentí grande,  porque por fin lo había logrado. Y sentía felicidad, mucha felicidad.
Los pedazos parecían volar en cámara lenta. En cada fragmento  vi reflejadas las situaciones que me habían llevado a ese presente.  Le había dedicado mucho tiempo a esto.  Había depositado en él todas mis ilusiones.

Me vi lavando el auto de papá. Pasando la aspiradora por las alfombras, encontrando el cassette de Los Pericos debajo de un asiento. Pensábamos que lo habíamos perdido en el estacionamiento de Punta Mogotes. Así que no dije nada y lo guardé. Si todo iba bien,  ya iba a tener oportunidad de escucharlo.

Recordé los masajes en los pies a la tía Lidia ¡Que asco! Nunca pensé que iba a tocar esos pies, fue mi sacrificio más extremo. No sé qué fue peor, los pies hinchados y resquebrajados de la tía Lidia o el olor horrible que tenía la crema de rosa mosqueta.

También, me acordé el día en que limpie los ventanales en la casa de los abuelos y cuando terminé, junto con la leche chocolatada que me había preparado la abuela, se largó un chaparrón que ensució todo de nuevo.

Las pulseras de mostacillas que les vendí a mis primos mayores. Guille me decía que eran cosas de puto, pero no me importó nada. Hice dos rojas y blancas para los de River, tres amarillas y azules para los de boca, y una blanca y marrón para el novio de Susi que es de platense.

Reviví la tarde en que todos los chicos se iban a la pileta del club, pero yo me quedé ordenando las historietas de Guille. Lo peor fue que nunca me pago y encima mamá lo defendió como siempre.

El mejor recuerdo y mayor logro fue cuando mi hermana tuvo que pagarme para que no abriera la boca. No quería que mamá y papá se enteraran, que ese sábado a la tarde, cuando se fueron a hacer compras al Spinetto, su novio había estado en casa y se habían encerrado solos en su habitación.

Tuve mis flaquezas también. En un día enceguecido, cuando Martín llegó al club, con lo que se había comprado, tomé mi preciado cofre con forma de cerdo y lo sacudí, para hacer que mis tesoros cayeran, sin causar daños ni sospechas. Si lo rompía, estaba seguro que todos me iba a cargar y a decirme debilucho.  No hubo caso y me di por vencido. Menos mal.

Todo eso ahora quedaba atrás, quedaba lejos. Había recorrido un gran camino para llegar hasta acá. Junté toda mi valentía y fuerzas. Agarré el martillo que papá guardaba en la caja de herramientas, y di el golpe más certero de mi vida. Me sentí en la cima. Casi lo mismo que me pasaba  cuando íbamos con Guille a la montaña rusa, y el carrito llegaba  a la punta, ahí justito antes de caer. Me sentía así.

La cerámica quedó reducida en varios pedazos. Ya no había forma contenedora. Los australes y las monedas taparon los pedazos de yeso. Había muchos Bernardinos Rivadavia mirándome, algunos Urquizas, pero mi preferido y preciado era el Santiago Derqui, que al lado de la carita tenía impreso el número diez ¡Había un billete de diez!  ¡Me había olvidado!

Ahí estaba toda la plata que había ahorrado durante tanto tiempo, durante seis meses. Por fin había reunido el dinero para comprarme un walkman.  Guille iba a dejar de hacerse el canchero por tener uno. Y así fue la primera vez que rompí mi chanchito de los ahorros.


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1 comentario:

  1. Sonrío. Yo no sé si por estos días existe ese deseo incontenible por tener un aparato reproductor de música portable... Cualquiera accede a un teléfono celular con relativa facilidad. Además del chanchito (ahorro y esfuerzo), el componente Asombro o Deslumbramiento por ciertos objetos (inventos increíbles como el walkman!) es también una base de la fortuna! Estoy agradecido por haber vivido ambas cosas, el ahorro y asombro. Por muchos chanchitos y muchos walkmans, salud!

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